jueves, 13 de septiembre de 2012

El sexo del bebé


Una de las primeras incógnitas que surgen en cualquier embarazo y especialmente durante las primeras semanas de gestación es el sexo del bebé. ¿Es niño o niña? Es la pregunta más usual cada vez que la futura mamá comunica a alguien su estado de buena esperanza.

Antiguamente dicha respuesta era uno de los enigmas más fascinantes de todo el proceso y los futuros papás sólo veían resuelto el misterio tras ver aparecer a su esperado bebé en el momento del parto. Con tanta intriga, no es de extrañar que entre nuestras abuelas y bisabuelas se extendieran todo tipo de especulaciones y creencias populares, relacionadas con la forma de la barriga (si era puntiaguda era un niño, si era redondeada era niña; si estaba alta era niño, si era baja, niña); el aspecto y belleza de la futura mamá (si durante el embarazo la madre aparecía radiante y favorecida se decía que sería un niño, si en cambio se veía demacrada y desmejorada era niña); o el tipo de antojos (si el antojo era de algo dulce, era niña; si era salado, niño), entre otros muchísimos mitos propios, a mi juicio, del folclore popular.

Afortunadamente, la ciencia y las técnicas de diagnóstico prenatal han avanzado mucho desde entonces y, hoy por hoy, aunque no podemos conocer el sexo del bebé desde el mismo instante de la fecundación (momento a partir del cual se determina el sexo masculino o femenino en función de la presencia o no del cromosoma Y en el espermatozoide), sí podemos saberlo casi a ciencia cierta a partir de las 14 semanas a través de una ecografía o, con total exactitud, mediante la amniocentesis (a las 15 semanas de gestación) o la biopsia corial (entre las semanas 10 y 14).

Hasta ese momento todo serán especulaciones tanto dentro como fuera del seno familiar y, sin duda, la pregunta más frecuente será ¿Y tú qué prefieres?

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